Si le digo la verdad, el dinero físico ya ha desaparecido y, de hecho, ha sido sustituido por el dinero electrónico. Por supuesto que usted puede mirar su cartera y encontrar unos billetes, y unas monedas en sus bolsillos, pero lo que encontrará allí ya no es lo que entendíamos por dinero hasta ahora.

En un principio las monedas tenían un valor que se correspondía con el metal del que estaban hechas, de tal manera que su utilidad era transportar de una manera sencilla y reconocible una cantidad concreta de oro o plata de un lado a otro.

Con el paso del tiempo, y sobre todo al incrementarse el endeudamiento de las naciones, aparecieron unos documentos en papel en los que se reconoce que el estado que lo ha emitido tiene una deuda con su portador cuya cuantía queda reflejada en el billete. Era necesario que en algún lugar existiese un depósito en el que se apilasen lingotes de un metal noble con el que responder de todos los “billetes” en circulación. El sistema funcionaba porque ese mismo estado imponía a su pueblo la obligación legal de aceptar dichos “pagarés”.

En la actualidad nuestra capacidad económica consiste en un apunte bancario, en una cifra. Esa cifra representa una capacidad de gasto, es decir, los productos y servicios de los que alguien puede disponer si se decide a comprar.

En estas condiciones el dinero físico que usted tiene se ha convertido nada más que en un símbolo del apunte bancario correspondiente. No vale por sí mismo, sino porque permite ceder capacidad de gasto al entregarlo a otra persona a cambio, por ejemplo, de un producto.

Cuando adquiero un teléfono caro de última generación lo que hago es renunciar a una parte (importante) de mis posibilidades de comprar otras cosas a cambio de ese bien en concreto. En esto consiste la economía actual. El dinero no existe, como mucho es símbolo de otra cosa.

Los celulares como dinero electrónico

 

Móvil como dinero electrónico

Cuando un elemento de la realidad llega a un estado semejante sólo podemos esperar que desaparezca y el dinero físico ya lo está haciendo en muchos lugares, siendo sustituido por el uso de tarjetas y, sobre todo, por el pago a través de aplicaciones instaladas en nuestros celulares.

El país pionero ha sido Suecia. Tanto dentro de sus fronteras como en el caso de su vecino Dinamarca el uso del papel moneda ya se había reducido considerablemente. Apenas el 15 % de los intercambios económicos se servían de dinero físico, e incluso las Iglesias cuentan con terminales que permiten hacer donaciones con el teléfono o la tarjeta bancaria.

Desde el día 1 de enero de 2016 los comerciantes suecos ya no tienen la obligación de aceptar las monedas o billetes, con lo que pueden imponer a sus clientes el uso de medios electrónicos. El Parlamento ha aprobado una ley que señala como fecha final de la circulación de dinero físico el año 2030. No es de extrañar que esta decisión se termine adelantando a la luz de la rapidez con la que los ciudadanos se acostumbran a no contar con él.

En Dinamarca han comenzado a tratar la cuestión desde otra perspectiva, permitiendo que las entidades bancarias cobren una fuerte comisión a los usuarios que realicen ingresos en efectivo, para así ir obligando a la población a adoptar otros hábitos.

Si el uso de las tarjetas bancarias ya se ha generalizado en muchos países, las aplicaciones móviles que las sustituyen están ganando fuerza, y son apoyadas por los gobiernos.

El primer resultado visible es la competición entre las empresas tecnológicas por convertirse en predominantes en el nuevo mercado de las aplicaciones que sirven como herramientas de pago.

Muchos bancos ya han lanzado sus propias aplicaciones y junto a ellos compiten las compañías telefónicas e incluso los propios fabricantes de móviles, como Samsung o Apple, que cuentan con plataformas de pago propias basadas en NFC, una tecnología que permite la transmisión de datos por contacto entre dispositivos.

ING Direct, compañía holandesa que ha penetrado con fuerza en la banca electrónica, intenta destacar creando aplicaciones que no sólo facilitan el pago en los comercios y supermercados, sino que hacen posible el envío de dinero entre particulares e incluso la retirada de efectivo en las tiendas, que se convierten en una suerte de cajeros automáticos. Además, el modelo que han ideado no exige terminales de alta gama (que cuenten con NFC), sino que funciona a través de un código que se nos envía a través de un mensaje tradicional o SMS.

Sin embargo, una empresa destaca sobre todas las demás por pretender estandarizar este novedoso sistema a través de su propia aplicación, y es el gigante Google con Android Pay. Su oferta está fundamentada en el gran número de usuarios del sistema operativo Android y en los recursos que afirma invertir en la seguridad de su plataforma.

Ventajas e Inconvenientes

La principal ventaja que encuentran los gobiernos y que les lleva a potenciar ese cambio tan importante para nuestras vidas es el control absoluto sobre los movimientos bancarios, que impide el fraude.

Al no existir transacciones económicas sin constancia electrónica el fraude es prácticamente imposible, porque en todo momento la Hacienda correspondiente sabe dónde está y cómo se mueven las finanzas de empresas e individuos. Nadie podrá tener billetes escondidos en casa u operar con “dinero negro”.

De hecho, algunos países han optado por prohibir los intercambios económicos que superen una cierta cuantía, obligando a que queden registrados. Francia o Italia no permiten movimientos por encima de los 1000 euros y España ha situado ese límite en los 2.500.

Por otra parte, estas medidas suponen un duro golpe en contra del crimen organizado, que obtiene la mayor parte de sus ganancias gracias a la “oscuridad” en la que puede moverse el efectivo. Todos recordamos a Walter White, el traficante protagonista de la serie de éxito Breaking Bad, ocultando en un garaje una auténtica montaña de billetes verdes. Esta transformación hará imposible que los criminales actúen de esta manera.

Como última ventaja señalaremos que desaparece el considerable gasto que supone la fabricación del papel y las monedas que ahora utilizamos, y que cada vez exigen el uso de tecnología más desarrollada y costosa para asegurar su seguridad y dificultar la falsificación.

Los inconvenientes también son importantes y conviene tenerlos en cuenta.

Los primeros perjudicados serán los más pobres. Los técnicos que trabajan en las oficinas centrales de los grandes bancos y agencias estatales a veces pierden de vista este problema, pero lo cierto es que no todo el mundo se puede permitir tener un teléfono móvil, y mucho menos uno que esté adaptado a la tecnología que finalmente se imponga. Esto por no hablar de la mendicidad, que puede ser desagradable pero que es una realidad: no alcanzo a imaginarme que los menesterosos supliquen una limosna mientras extienden hacia nosotros sofisticados “datáfonos” inalámbricos.

Otro aspecto que se tendría que valorar es la debilidad que supone una economía absolutamente digitalizada ante la evidencia de la guerra digital. No me extenderé con ejemplos de los que trataremos en otros artículos, pero países como Estados Unidos, Rusia, Israel o China poseen la capacidad “militar” de intervenir los apuntes electrónicos de cualquier entidad bancaria, pudiendo hacer que esa cifra que señala nuestra capacidad de gasto sencillamente desaparezca. Los instrumentos de guerra digital que ya existen pueden empobrecer a cualquier país -o a cualquier particular o empresa- en apenas unos minutos.

Finalmente no olvidaremos el fenómeno de los “intereses negativos”. Cuando los intereses bancarios son negativos el dinero que está depositado en los bancos decrece, cosa que no sucede con el que podemos tener guardado en casa, que sí se vería afectado por otros condicionantes como la inflación. Si no podemos “guardar” el dinero físico los estados cuentan con un nuevo instrumento de política económica: al imponer intereses negativos nos forzarían a gastar lo que tenemos para no ver cómo mengua progresivamente.

En todo caso, este es un ejemplo de los cambios que supone la era tecnológica y a los que no nos queda más remedio que adaptarnos. Lo queramos o no el uso de dinero físico tiene los días contados y bien podemos esperar que nuestros nietos se rían de sus abuelos cuando les hablen de esos billetes de colores, ¡tan lindos!, que utilizaban en su juventud.

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